miércoles, 2 de marzo de 2011

CULTURA DE LA POBREZA

La pobreza sea, posiblemente, uno de los conceptos más utilizados, analizados y manipulados de la Humanidad. Todas las ideologías políticas se han referido a ella intentando establecer sus causas y sus posibles soluciones.

No es hasta el siglo XX cuando la Antropología plantea la variable cultural de la pobreza mediante un razonamiento no exento de polémica: la pobreza económica es una de las características de la cultura de la pobreza.

La cultura de la pobreza tiene una serie de características o indicadores que la caracterizan. Algunos antropólogos se han referido a ella como la “cultura del esclavo” como una forma de entender la personalidad colectiva de los integrantes de la cultura de la pobreza.

En primer lugar, y quizás sea uno de los puntos más polémicos de este razonamiento, la cultura de la pobreza no es el resultado de la pobreza económica sino al contrario: la pobreza cultural puede desembocar en una situación de pobreza económica. ¿Por qué? Porque la cosmovisión de una persona determina sus planes. Hace referencia a su concepción subjetiva de conceptos como calidad de vida, felicidad, satisfacción, etc… y estos conceptos varían en cada cultura y en cada individuo.

Otro de los rasgos se manifiesta en la firme creencia de que los gobernantes son seres superiores y que, en razón de su superioridad, deben dirigir los destinos del resto de la sociedad. No es extraño que los miembros se dirijan a sus gobernantes con adjetivos que denotan la total sumisión: líder, guía, conceptualizador, caudillo, único, pensador, etc… la lista puede ser realmente extensa.

Consecuencia del anterior rasgo es el que establece que el gobernante debe resolverlo todo y que los habitantes tienen todos los derechos y ninguna obligación. Esto es así porque las personas creen que los servicios básicos deben ser proveídos por el Estado de manera gratuíta: salud, educación, alimentación, agua, seguridad, etc… de la misma manera que el señor protege y provee de todo lo necesario a sus esclavos.

El complejo de inferioridad, en ocasiones ligado a una constante actitud de resentimiento, es la expresión de una visión paralizante de sí mismo que no desaparece con la adquisición de bienes y servicios o con la consiguiente escalada en la pirámide social: su escalada no borra su limitada visión de pobre. Lógicamente, este complejo es un fértil caldo de cultivo para toda clase de prejuicios, mitos y creencias tendentes a reforzar su propia cosmovisión.

Un último rasgo destacable es la relación entre los individuos y la religión. En sociedades inmersas en la cultura de la pobreza suelen proliferar sectas fundamentalistas (en Occidente fundamentalismo cristiano y en Oriente fundamentalismo islámico). El fundamentalismo es consecuencia directa de la incapacidad de análisis crítico de la realidad. No hay reflexiones metafísicas o existenciales: sólo un irracional aferramiento a textos sagrados como un recetario moral que debe ser acatado como seña de identidad de pertenencia a una comunidad o grupo étnico.

Tampoco hay que olvidar la visión represora que se tiene de las fuerzas de seguridad del Estado (policia, fuerzas armadas, ejército, etc…), ni el papel puramente sexual y decorativo que juegan las mujeres.

Este es un tema lo suficientemente amplio para generar un rico y fecundo debate… esa es la intención.